lunes, 24 de diciembre de 2007

RELATO DE NAVIDAD

Esta mañana, como es tradicional, el periódico Ideal ha publicado un suplemento especial en el que aparecen reflejados una selección de relatos de Navidad. Y han tenido la gentileza de seleccionar un relato que envíe basándome en un post que escribí con el mismo nombre que le he dado al relato: "Corriendo entre copos" y aludía al encanto de correr en días de nieve. El relato, obviamente, adquiere un tono de cuento ó relato navideño, pero tiene mucho de esa materia prima que fue aquel post. Así que como la única posibilidad de leerlo es en la edición impresa, reproducimos aquí el relato, principalmente, por si os apeteciera su lectura y no os es posible haceros con Ideal. También ha sido seleccionado un relato de nuestro amigo Jesús Lens, cuyo blog "pateador" lo tenéis justo a la derecha de la pantalla y que según nos comunica su propio autor será colgado mañana en su blog.
Por tanto,si en el post anterior colocábamos un relato aparecido en el especial de 2005, denominado "Volvamos a la Navidad de Capra", ahora os dejo éste que une nuestra afición con la literatura y la Navidad. Espero que lo disfrutéis.
Por cierto, tenemos una excelente colección fotográfica de la salida de hoy Nochebuena por la Vega de Pinos Puente, que colocáremos aquí en un par de días. Por tanto os dejo el anunciado relato que, por supuesto, dedico a todos los corredores/as que leéis este blog:




CORRIENDO ENTRE COPOS

Soy corredor y pocas circunstancias han postergado mi actividad, pero aquella tarde asomado a la terraza observaba la virulencia de los copos de nieve mientras pensaba que la cosa podría ir a más y que, por tanto, el camino de tierra por el que planeaba correr estaría hecho unos zorros. De manera que mitad amedrentado, mitad indeciso, a punto estuve de

decidir no correr, si bien aún retumbaban en mis tímpanos las palabras pronunciadas por Jose que sí había corrido la tarde anterior entre la nieve. "Tuve una sensación como si flotara", dijo, y ya no me pude quitar aquella frase de la cabeza, así que maldecía mi cobardía: yo tenía que haber experimentado también esa sensación; porque tal y como estábamos calentando el planeta, por estas latitudes la nieve podría despedirse para siempre del cálido sur de esta España cada vez más seca. Así que cuando a eso de las cinco de la tarde observé que los copos casi anulaban las luces navideñas y el frío era tan intenso, me dije: "no desaproveches esta oportunidad". Ya tan sólo faltaba buscar el lugar idóneo en el que el correr se fundiera emocionalmente con el entorno, y ese lugar no podía ser otro que el camino que lleva a la aldea idealizada por las viejas historias que me contaba mi abuela paterna acerca del ritmo vital de este lugar a principios de siglo, posteriormente muy castigado por la cruenta guerra civil, que se ensañó particularmente con aquella zona ya que cuenta con sinuosas sierras donde poder controlar al enemigo sin ser controlado. Por tanto, a eso de las cinco y cuarto ya estaba enfundado en vaporosa ropa de invierno para tratar de protegerme del grado bajo cero que en ese momento levitaba sobre aquellas antiguas sierras de tan azaroso pasado.

En los primeros pasos, en dirección a la aldea fui acompañado por un tenue sol de invierno y con el viento del norte a mi espalda por lo que la sensación de frío no era demasiada en ese momento, si bien la luz diáfana del campo nevado, que impregnaba de anhelo mi mirada, presagiaba que la intensidad de los copos podría aumentar en cualquier momento. Y así fue. La nieve caía distraída, y mientras corría observaba delante mía que los copos imitaban el movimiento de los volanicos del estío dado el poco grosor aún de su materia sólida. No obstante, cuando llegaba a la altura de la Fuente del Portichuelo, mientras subía la pequeña pero dura cuesta anterior a la larga recta que pronto conducirá a la aldea, comenzó a nevar con mayor intensidad. Pero fue en ese momento, mientras bajaba, cuando la nieve ya fue más persistente hasta el punto que la suave levitación de los copos de unos minutos antes ahora ya se había convertido en una caída más vertical e irreverente, golpeándome en el rostro como si fueran dagas afiladas. Pensé imaginadamente que esos copos eran los anteriores pero más evolucionados, convirtiéndose ese hecho en una metáfora perfecta de nuestro efímero paso por el mundo desde tiempos ancestrales.

Al llegar a otra altiva cuesta, no demasiado larga pero sí muy inclinada, que los lugareños denominan, como si de un presagio se tratara, "la de los muertos", los copos habían cambiado su verticalidad anterior y ahora rebotaban con virulencia en toda mi geografía corporal, azotando la cavidad ocular y pujando por introducirse en los lugares más desprotegidos del cuerpo, como si tuvieran vida propia. Fue entonces cuando pensé que las personas a veces dilapidamos el tiempo en tareas vacías y la verdadera armonía con el mundo, con la naturaleza y con la existencia, estaba presente en ese justo momento bajo mis pies y a mi alrededor y que nada, después de aquel instante mágico, tendría sentido porque si la existencia tenía explicación, aunque fuera efímera, ésta debería de estar produciéndose en ese momento y lugar, sin lugar a dudas. Es probable que aquella aseveración fuera exagerada pero hablaba el sentimiento y alentaban las endorfinas, si bien ¿Por qué no podría ser ese momento como una revelación? ¿No afirmaban los místicos que la presencia del ser superior que nos guía se manifestaba en las pequeñas cosas?

Así que una vez subida la cuesta ya tuve a la vista los tejados de las casas más altas de la aldea. A la izquierda podía contemplar blanco y hermoso el caserón que presidía el pequeño ramillete de casas, así que pensé que la imagen coincidía plenamente con la típica y tópica de un relato de invierno, de hecho, en aquel momento su ajada chimenea despedía un tenue e inquieto hilo de humo, y esa estampa se convertía en un verdadero fresco invernal de aquellos que ilustraban los viejos almanaques de los mantecados de Estepa, cuya caja cada año, por Navidad, nos enviaban a casa; mientras, a la derecha, destacaba el cementerio viejo y al fondo la desvencijada iglesia, provista de una solitaria estrella iluminada, que fue respetada en la abyecta guerra civil por ambos bandos; entonces fue cuando vinieron a mi mente aquellas viejas historias que le escuché a la abuela, sobre lealtades y miserias; sobre olvidos y alegrías.

Una vez llegado a ese punto tocaba dar la vuelta y fue cuando percibí de veras el atroz frío que en ese momento reinaba en los campos nevados, aunque ya no nevaba, si acaso algunos copos dibujaban en el aire una especie de baile díscolo e improvisado. Comprendí de pronto que tenía delante de mí el viento del norte y me acordé de la película "Chocolat".

Bajando la "cuesta de los muertos" volvió de nuevo a incrementarse la nevada, mientras que por la recta, observaba los olivos nevados a mi izquierda y la pequeña Vega vecina del río Cubillas a mi derecha también nevada. A lo lejos se aproximaba un pequeño vehículo que casi paró a mi altura. Entonces me pareció que el conductor, un hombre bastante mayor, al pasar por mi lado, me hacia gestos nerviosos inquieto por mi arrojo de correr en esas condiciones climatológicas y en lugares tan despoblados,, pero nada dije y seguí mi ruta, con un frío cada vez más intenso. Era muy difícil entrar en calor. Seguí corriendo con la imagen del hombre mayor en la cabeza y no pude evitar preguntarme si mi actividad de aquella tarde era vista con insensatez por los demás o si los corredores éramos unos seres raros, tan encerrados en nuestro mundo que apenas observamos qué ocurre a nuestro alrededor.

Una vez acabada la ruta, mientras volvía en el coche a casa, pensaba que hay cosas que no se pueden dejar de hacerse y una de ellas es fundirse con la naturaleza y sus hijos, corriendo entre copos.

11 comentarios:

Abel dijo...

Gracias José Antonio por este fabuloso relato, que he compartido internamente contigo mientras lo leía. Has logrado transportarme a esos momentos y evocarlos con tus palabras. Produce cierta envidia, sana por supuesto, descubrir que entraste en conexión con la naturaleza y contigo mismo, ciertamente podría eso ser el sentimiento místico al que algunas personas aluden.
Aquellos que no corran y lean este fantástico "cuento de navidad", al menos por un instante, querrán llegar a sentir esa emoción que los que han corrido han experimentado en esas situaciones tan especiales.
Felicitaciones de nuevo por este "remake", aunque sabes que detesto la terminología anglosajona, cuando el castellano se nutre de un vocabulario mucho más extenso, o al menos igual.
Por otro lado, estupenda salida la matutina de hoy y espero con ansiedad esa crónica gráfica de la misma.
Que disfrutes de esta noche tan hogareña y especial en compañía de los tuyos.
Un saludo

Anónimo dijo...

Nada, que mi gripe no era tal, sino una "amigdalitis purulenta" =dolor de garganta terrible y fiebre sin parar. Aún así, ya en mi tierra jiennense, he hecho un esfuerzo para levantarme del sofá y echar un vistazo a este rincón tuyo. Conclusión: pienso que crea adicción. Tengo que darte la enhorabuena otra vez más por el relato. No sólo eso, leerlo ha hecho que salga de mi letargo febril y reviva una (más bien muchas) ocasión en que me sucedió algo similar. Nieve, zapatillas puestas, indecisión, deseo de salir, dudas, ¿por qué no? Adelante. Cuando volví de la intemperie sentí una sensación maravillosa, indescriptible, que sólo conocen unos pocos conocidos (digo conocen, no que entiendan). Recuerdo a vecinos, a mi madre, gritando, "loco, más que loco, eso es una enfermedad". Reconozco que mi reacción pudo sentar mal: sólo pude esbozar una sonrisa de satisfacción. Y es que como decía un anuncio de una marca deportiva de hace unos años: "dicen que estoy loco, pero son ellos los que están encerrados".
Espero recuperarme pronto y correr con vosotros cuanto antes.
Feliz Navidad y salud

Anónimo dijo...

por cierto, he decidido quitar de mi nombre lo de runner, dado que todos los que frecuentan este blog lo practican. Cuestión de lógica

José Antonio Flores Vera dijo...

Gracias Abel. Y sí ese cuento es un homenaje a "nuestra" Navidad y a correr. Y es que cuando el correr y la literatura se unen ya no hay fuerza conocida que destruya esa fusión. Y nuestra - vuestra - tirada de hoy, sí, excelente, aunque hubiera sido más inquietante con más frío. No obstante, hay que reconocer que la Vega estaba preciosa como atestiguarán las fotografías. Tendremos otra cita el lunes próximo d.m., y si la cosa va bien "colgaré" la bici de Mario y patearé, a ver lo que me dice el quiro. Cuídate y que pases una buena noche en compañia de los tuyos. Ánimo que ya te quedan pocas comidas navideñas.

Javi: Curiosamente otro amigo firma como Javi, pero no habrá problema para identificaros. Celebro que no sea gripe - mi mujer sí que la tiene ahora -, así que en cuanto puedas te animo te apuntes a este grupo que vamos creando para los domingos. Gracias por tus palabras y celebro que te haya gustado y que te haya hecho salir de tu letargo febril. Saludos y feliz noche.

Paco Montoro dijo...

Jose Antonio no sabes lo que he disfrutado con tu fantástico relato y real, ademas yo que nunca he visto de nevar he sentido, leyéndolo, los copos de nieve sobre mi cara. Yo también estoy enganchado a tu blogs, por lo que describes y como lo describes. Enhorabuena y que pases un buen día de Navidad.

Anónimo dijo...

COMPAE, sabes la importancia que le doy a esas pequeñas cosas que solo ocurren en la soledad,en el silencio y en el esfuerzo de un corredor solitario, y tu con ese maginifico relato has logrado plasmar esas sensaciones unicas.Creaste a tu alrededor la pura esencia de la libertad.FELICIDADES.

José Antonio Flores Vera dijo...

Imagino que tu disfrute habrá sido doble Paco, sobre todo al no haber visto nevar. Precisamente la intención del relato es aportarnos esas sansaciones que todos experimentamos cuando corremos. Saludos.

Compae: Sabes que esas pequeñas cosas siempre son las que me han interesado y plasmarlas un place. Por cierto, habrás adivinado a la perfección en que lugar me he inspirado, que además de ficción también existe realidad. La realidad de salir a correr por Caparacena un gélido día de nieve principios de este año.

Anónimo dijo...

¡Pedazo de relato, que me ha encantado!

Un abrazo, amigo.

José Antonio Flores Vera dijo...

Lo que dije, dedicado a todos vosotros, amigos corredores. Gracias amigo.

Santi Palillo dijo...

Estupendo relato magníficamente contado José Antonio, me he quedado con las ganas de conocer aquellas historias que te contaba tu abuela paterna.

Enhorabuena, después de disfrutar con el relato estoy deseando que nieve para tener la oportunidad de sentir lo mismo que tú bajo aquella nevada.

Gracias por publicarlo aquí ya que no tengo acceso (conocido) al Ideal, supongo que en Cibeles lo podría conseguir pero con poder leerlo aquí me conformo.

¡Feliz año 2008!

José Antonio Flores Vera dijo...

Gracias Santi por tus amables palabras. Celebro que el relato, como buen corredor, te haya "llegado"..Y sí, el relato está inspirado en una zona de la que hablaba - y en la que vivió - mi abuela paterna: Caparacena, muy cerca del Pantano del Cubillas, justo al lado de la autovía a Madrid, y sus historias eran muy bucólicas, pero también muy duras, las propias de una aldea de antes y durante nuestra fraticida guerra.
En Madrid tendrás mejor acceso a la nieve, sin duda. El número especial con los relatos seleccionados no está en Ideal.es, tan sólo en la edición impresa, que cuando voy a Madrid suelo comprar en Puerta del Sol también, pero habéis podido leer el mismo, el orginal.
Feliz año para tí y los tuyos y lamento no estés este año en S.Antón, pues el año pasado dada la vorágine de la prueba y demás no pudimos hablar mucho. Gracias de nuevo.